lunes, 12 de mayo de 2014

El último beso

Hace muchos años leí una reflexión sobre el último beso. Decía que nunca sabemos que, en ese momento, es el último de beso de nuestro amante. No sabemos si nos va a dejar, o algo nos va a separar para siempre. Nunca lo podemos saber. ¿Hubiera sido diferente de haberlo anticipado? ¿Más apasionado, más húmedo, más dulce? ¿O amargo, con la amargura de saberlo irremediablemente irrepetible? ¿Nos habríamos esmerado en alargarlo, en grabar en la memoria cada sabor, cada molécula de su aroma? Pero no lo hacemos, el amante no regresa, y cuando nos damos cuenta, sólo hay un recuerdo difuso de sus labios, difuminado, mezclado con otros besos y otras despedidas.

A medida que avanzábamos hacia el campo base, el guía Soros me avisaba de cuándo iba a ver tal o cual monte. "Mañana al amanecer, desde aquí, verás el Annapurna Sur". Cuando veíamos una cordillera, me los enunciaba, uno a uno, lentamente, casi con devoción. Yo seguía su dedo señalándolos, y memorizaba los perfiles, las aristas, repetía los nombres, sacaba foto tras foto, para no perderme nada. En los días de regreso, yo, queriendo retener esa última imagen, le preguntaba "¿Es hoy el último día en que veremos el Machhapuchhre?" "¿Veremos alguna cumbre mañana?"
No recuerdo el último momento en que mire hacia atrás y vi el Machhapuchhre. Sé que pasó, pero no supe que era la última vez.