sábado, 26 de octubre de 2013

Matsushima, oh, Matsushima

Dos años después de la cita acordada, pero ya he estado en la bahía en la que el gran Bashō se quedó sin palabras... en efecto, equipo de redacción de Lonely Planet, Bashō no dijo nada, apabullado por la belleza de la bahía, no le atribuyan los versos de otro.

Palabras, alguna tengo; imágenes, pocas y malas, si no controlas una cámara y la muy traidora mueve algún botoncito, así en plan para demostrar quién manda, te pasas el día disparando para luego borrar todo. Algo he salvado, mejor si las veis así, en tamaño pequeño.

Para comenzar el día, un 7,1 richter para que no nos olvidemos de que hace dos años fue el terremoto de Tohoku y que hoy íbamos a una costa que se está recuperando muy, muy lentamente. Si sólo vas a Matsushima, podrás pensar que aquí no ha pasado nada, porque, en la zona turística, no se ve ni rastro; como mucho, las fotografías que algunos comerciantes te muestran cómo quedó su negocio tras el tsunami. Pero esto no es más que un pequeño tramo de la costa dañada; otros muchos lugares han quedado desiertos, vacíos, igual de arrasados que el primer día. Sus habitantes aún no han decidido si quieren volver, si pueden, para qué... Hay que darse cuenta de que no sólo pueden haber perdido la casa, los seres queridos, sino que ahora tienen que seguir adelante y su medio de vida también se lo llevó el mar. Muy difícil.

 

Al parecer, hay más mercados de pescado en Japón que el Tsukiji de Tokyo, en el que, por cierto, aún no he estado. La idea debe de ser similar: pescado fresco y derivados, y un puesto de comida para consumir lo que te hayas comprado, con arroz y sopa de miso. Aunque aquí no creo que haya turistas haciendo cola a la tres de la mañana (dura vida).

A Matsushima se le puede atacar por varios frentes: por mar, por tierra... El tiempo aún no acompañaba mucho, y desde el mirador de Saigyo aún era más cuestión de fe que otra cosa:

Se le llama mirador de Saigyo por una anécdota del poeta del mismo nombre, que, cuando ya se iba de aquí, después de haber observado la bahía, sintió que un árbol le llamaba... no sabemos para qué.

Vamos, pues, al frente marino. Hay varios cruceros por la isla. Algo común a todos ellos es que navegan envueltos en un enjambre de gaviotas, alimentadas por los pasajeros (el billete incluye un paquete de snacks para pajarracos). Hay a quien le divierte, la verdad es que son hábiles y cazan lo que se les lanza, pero es casi imposible sacar una foto sin bicho de por medio:

Puente de pago para acceder a la isla de Fukuurajima

Sí, Matsushima se merece los elogios de los poetas. Tal vez esa sea una de las razones por las que ahora es un lugar típico para citas románticas: el crucero, un paseo por Fukuurajima, mira qué bonito el sol iluminando los árboles, oh, Keisuketxu, dice ella mientras parpadea con gran esfuerzo, que esa máscara de pestañas pesa lo suyo.

 

Este templo excavado en la roca tal vez no sea tan dado a romanticismos, o sí, el amor puede tener extraños caminos. En cualquier caso, no creo que pensaran en eso los monjes del siglo XII.

 

No le estoy haciendo justicia a los exquisitos platos que prepara Megumi san. Siempre estoy con la idea de hacer un post sólo de comida, y con la excusa, nunca menciono sus platos. No puede ser, no sólo están siendo unos grandes anfitriones, ella y Taka san, sino que, como iréis viendo, estoy catando unas comidas deliciosas. Aquí está la cena de ayer, nabe de leche de soja y ostras, un guiso adecuado para días de invierno y muy, muy bueno. Doumo arigatou!

 

 

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