viernes, 24 de agosto de 2012

Parte 4: Henro por un día (continuación)

Ahora sí, por fin a caminar! Después de haberme pasado un par de días encajada en asientos de avión, mis piernas necesitaban kilómetros de apacibles sendas. No va a ser así exactamente en este recorrido, que es bastante urbano, pero lo disfruté muchísimo.

El primer templo del recorrido es el Ryōzen-ji. Fácil de encontrar al salir de la estación de Bandō, según todas las indicaciones, pero mi precipitación por empezar a andar y a ver cosas hizo que me despistase un poco. Mejor, así tuve la oportunidad de preguntarle a una encantadora señora por la dirección correcta. Parece que, por algún milagro lingüístico, acerté a entender las explicaciones. No sé si he comentado ya que estudio japonés desde hace, digamos, algunos años, poquísimos en comparación con los que me faltan para poder decir que hablo japonés. De momento, "hablo japonés" de supervivencia, aunque a veces tengo conversaciones con inteligentísimos interlocutores que aciertan a remarcarme la palabras clave para que les entienda. Este fue el caso, y he aquí el templo:

 

 
Como se puede apreciar en la foto (a duras penas, ya dije que no soy fotógrafa, pero intento hacerlo lo mejor posible), en la entrada hay un maniquí vestido con el atuendo "oficial" del peregrino, atuendo, que, con diversas adaptaciones, adoptan la mayoría de los peregrinos.
Tanto en este como en el resto de los templos que recorrí había visitantes, peregrinos a pie o en coche. Los jardines, los peces, niños jugando y jizos vestidos con gorros y baberos, todo daba un ambiente cuasi bucólico de sonrisas pacíficas y amables saludos. Me sorprendí al ser saludada por un grupo de escolares de unos 4 o 5 años, que estaban de excursión acompañados por un batallón de adultos responsables (aproximadamente cuatro veces el personal que atendería a la misma cantidad de niños en Europa, un ratio que se repite en casi todos los locales de atención al público en Japón). Lo mismo me pasó cuando un visitante a un templo me hizo un saludo con profunda reverencia. Tal vez sentían cierto orgullo al ver a una extranjera interesada en su cultura. Fuera así o no, para mí era muy agradable, me hacía sentir más viajera que turista. Aunque creo que ser lo uno, o lo otro, es más una cuestión de actitud personal, el poder comunicarte hace que el viaje sea mucho más que una simple colección de postales.
 
 
 
 
 
La jornada avanza entre campos de arroz, templos, hermosas viviendas tradicionales (no siempre japonesas) y alguna que otra curiosidad. Cierto que se trataba de caminar entre templos budistas, pero difícil será que yo me resista a desviarme hacia un torii. Estas puertas de entrada a los templos shintoíntas me fascinan desde antes de verlas en vivo. A veces aparecen gigantescas e imponentes en su color bermellón; otras son pequeñas, en un cruce de calles o en el jardín de una casa, de cemento, blancas, amarillas, naranjas. Esta se asomó entre los árboles, una tímida pero irrechazable invitación.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Y esto? ¿Casas con entramado de madera? ¿Tanto he caminado que ahora estoy en Alemania? Al parecer, la explicación viene de la Primera Guerra Mundial, cuando Japón tomó ciertos territorios de Asia que estaban bajo el dominio alemán y, a consecuencia de esa conquista, retuvo a varios prisioneros alemanes en Naruto, donde se les permitió vivir con relativa libertad. Actualmente hay un museo y un parque conmemorativos.
 
 
Algunas de las fotos que hago tienen una historia más allá del "qué bonito". Y, a veces, se sacaría hasta una novela:
La casa pluscuamperfecta. Los árboles milimétricamente esculpidos, ni una teja movida o con líquen, todo donde, cuando y como debería estar. Qué miedo, no sé si me atrevo a imaginarme lo que pasará dentro de semejante decorado!
 
 
Aquí no lo tenía tan claro. ¿Violencia, juego, hastío, capricho? ¿Un castigo al columpio? O quizás, él mismo, abrumado por la herrumbre, haya decidido que ya no quiere dar más vueltas.
 
 
Sin palabras me quedé al ver las cabezas de los maniquíes. ¿Un descuido, o el producto de un extraño sentido del humor? Me hizo gracia, y a una mujer que me miraba mientras yo miraba las cabezas, también.
 
 
Los indicadores del Henro me devuelven a la realidad:
 
 
Las flechas rojas del henro michi (へんろ 道) me han llevado a Gokuraku-ji, Konsen-ji, Dainichi-ji, y, como final de esta etapa, el interesante Jizō-ji, donde se puede admirar la colección de estatuas de los 500 discípulos de Buda. En la taquilla hay una pareja de ancianos (muy, muy ancianos, quiero creer que son voluntarios, a menudo me sorprende la edad de algunos trabajadores en este país). Les pido una entrada en mi mejor japonés, pero eso no dulcifica en absoluto a la mujer, que me hace sentir como una diablesa extranjera y me gruñe el precio. Él, en cambio, me mira como si hubiese visto la aparición de alguna de las estatuas. ¿Son cosas mías, o le ha chocado ver una mujer sola y balbuceando en japonés? Nunca lo sabré, una pena.
 
Con un sentimiento similar a la satisfacción por el deber cumplido, ahora que ya he llegado al final de la etapa, me deleito paseando por las galerías del templo entre las 500 estatuas. A diferencia de los abarrotados templos de Kyoto, aquí estoy absoluta y completamente sola, así que tengo que apañármelas como una valiente con las amenazadoras miradas de algunos de los discípulos, fieros animales agazapados, juegos de sombras y crujir de madera. No hay mucha luz, así que mi cámara compacta automática no puede hacer gran cosa, esta foto es lo mejor que obtengo de ella.
 
 
Con hambre de ofuro, busco el camino de vuelta a Tokushima y a la charla con Sanae-san. Mañana quiero ir a ver los remolinos de Naruto, y puede que "caiga" alguna cosilla más... Estoy cansada, hay pocos autobuses para volver y no me quiero equivocar, así que vuelvo a hacer prácticas de japonés, y menos mal, porque no me había puesto en la parada adecuada. Aquí, como en cualquier parte del mundo, es fácil encontrar gente amable dispuesta a ayudar. Un alivio al sentarme en el autobús y dejarme llevar hasta la estación del tren; la voz que anuncia las paradas, las conversaciones de los viajeros, todo unido me resulta una música deliciosa, con el gusto de un higo maduro saboreado bajo su árbol en una espesa tarde de verano. Si me quedo dormida, ¿tendré pesadillas con estatuas que cobran vida?
 

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